Etéreas voces masculinas entonan antiguos cantos gregorianos. En el interior del actual monasterio de San Pedro de Sorres, en un tiempo catedral, no sólo tu mirada quedará hechizada por la belleza arquitectónica, sino que tus oídos también se embelesarán con sonidos melódicos.
La hermosa iglesia románica se alza sobre una colina en el territorio de Borutta, en el Meilogu, a poca distancia del pueblo y de la antigua calzada romana que conectaba el norte y el sur de la Isla. Una ubicación estratégica que ha dado lugar a tumbas de la época bizantina y a una gran cantidad de ajuares funerarios.
San Pietro di Sorres fue construido presumiblemente entre 1170 y 1200, por aquel Mariane Maistro que dejó su firma en el escalón bajo la puerta principal. Al igual que otras catedrales sardas, fue construida tras la reforma de la Iglesia por el papa benedictino Gregorio VII. La conexión con el papado explica la dedicatoria al santo. En la Edad Media fue sede de la diócesis de Sorres y, después de haber desempeñado durante siglos el papel de catedral, fue adaptada, en los años cincuenta del siglo XX, a la función de monasterio destinado a la orden benedictina.
Las fases de construcción se reflejan en el aspecto arquitectónico: piezas de piedra caliza y volcánica se superponen a pilares de mampostería. Las pequeñas columnas que sostienen las arcadas del flanco oriental tienen un gran encanto. Las decoraciones geométricas garantizan la homogeneidad del conjunto: rombos y ruedas en círculos concéntricos recorren la fachada y todo el perímetro. El ábside, besado por la luz del sol, que penetra por tres ventanas de una sola lanceta, encanta por su elegancia. El interior consta de tres naves, separadas por dos filas de seis pilares cruciformes y cubiertas por bóvedas de crucería de basalto. El conjunto llama la atención por su armonía de formas y colores e infunde una sensación de majestuosidad.