Desde las sencillas casas de los trabajadores hasta la lujosa mansión de la dirección, pasando por las galerías de extracción y las plantas de elaboración y los edificios destinados a oficinas y servicios. Paseando entre los monumentos de arqueología industrial de Montevecchio, en los municipios de Arbus y Guspini, realizarás una interesante ruta histórico-cultural durante la cual descubrirás un mundo fantasma evocado por un complejo de minas abandonadas, muy cerca de las dunas de Piscinas y de otras playas de la Costa Verde. La actividad de extracción de este sitio, uno de los ochos que forman el parque geominero de Cerdeña – símbolo de los geoparques de la Unesco – duró casi un siglo y medio, desde 1848, cuando el rey Carlos Alberto concedió la explotación a Giovanni Antonio Sanna, impulsor de este negocio del siglo, hasta 1991, año en que cesó definitivamente, tras décadas de crisis. Conoció varios momentos florecientes y de desarrollo gracias a las innovaciones tecnológicas: así, en 1865, con 1100 trabajadores, era la mina más importante del Reino de Italia.
Es posible recorrer el complejo realizando cuatro itinerarios. La ruta del Edificio de la Dirección, se desarrolla dentro del edificio construido entre 1870 y 1877 por el arquitecto Sanna en el centro del pueblo de Gennas Serapis. Inicialmente alojaba tanto las oficinas de la sociedad minera como la residencia de la familia del primer propietario, pero, posteriormente, se destinó solo a actividades administrativas. El edificio, caracterizado por sus formas clásicas y neorrenacentistas, era el corazón de Montevecchio y también comprendía la iglesia de Santa Bárbara, patrona de los mineros. Las salas de la primera planta, reconstruidas fielmente, ilustran los fastos de la burguesía de antaño, sobre todo en la suntuosa sala azul. Esta noble y rica sala del palacio se usó primero para celebrar fiestas y, luego, reuniones. En su decoración destacan una hermosa chimenea, espejos dorados en las paredes y un piano que recuerda las fiestas y los bailes que se celebraban en ella. Tras subir un tramo de escaleras, se accede a la segunda planta, donde ya no queda rastro de los lujos burgueses: aquí, debajo del tejado, estaban las habitaciones del servicio, cuyas condiciones de vida eran, en todo caso, mejores que las de los mineros.
Otra ruta posible es la de San Antonio que empieza en la torre del pozo de extracción donde un gran cabrestante con bobinas subía y bajaba hombres y minerales por 500 m. La neogótica torre almenada domina la mina y nada en ella hace pensar en el duro trabajo que se hacía en su interior. Al lado de pozo, se ubican la sala de la fragua, la lampistería, la central eléctrica, el taller y las dos salas de los compresores. La ruta sigue en los alojamientos de los mineros, amueblados con solo lo esencial, testimonio de su pobre nivel de vida. El antiguo almacén de minerales, centro del complejo del Rio, permite hacerse una idea del trabajo que se hacía aquí, desde que se sacaba la roca bruta hasta que se obtenía el metal listo para fraguar. La ruta de los Talleres permite descubrir los locales de asistencia: el taller de fundición, que se remonta al año 1885, el taller mecánico, la sala de forjado y templado de las barrenas y la sala de los modelos de madera, necesarios para fabricar los recambios de las máquinas en el taller de fundición. En el patio alrededor de la mina de Piccalinna, explotada primero por la sociedad ítalo-francesa Nouvelle Arborese y, luego, por la sociedad Montevecchio, es posible admirar obras arquitectónicas de piedra basáltica a vista y decoraciones de ladrillos, entre las que destaca el pozo de San Juan que recuerda el torreón de un castillo medieval. Aquí inicia la ruta Piccalinna durante la cual se visita el local de las fraguas, la lampistería y la sala del cabrestante con la impresionante máquina de extracción de finales del s. XIX. Sus 120 caballos de vapor extraían veinte metros cúbicos de material por hora: un ejemplo único al mundo que todavía hoy se puede ver funcionando. A su alrededor, las casas ilustran fielmente cómo vivía la clase obrera: la elegante villa de los capataces, ubicada en la cima de la colina, los alojamientos miserables de las familias de los mineros y, por último, las casas de los obreros solteros, vetustas como en un pueblo fantasma.