Aparece con oscura majestuosidad a la entrada de Ardara, un pueblo de Logudoro trepado en las laderas de Montesanto. La basílica de Nuestra Señora del Reino se alza junto a las ruinas de un palacio real, contemporáneo y en un tiempo sede de los jueces de Torres, que juraban en el altar de la iglesia y eran enterrados en ella. Desde lo alto de una loma, domina la llanura: una posición aislada y dominante que aumenta el encanto de un edificio construido con bloques muy negros de traquita "ferrigna". Originalmente era sólo una capilla, pero en la segunda mitad del siglo XI el juez Comita (o tal vez su hermana) se encargó de ampliarla. Los trabajos fueron terminados por obreros pisanos en 1107, como muestra el epígrafe de consagración del altar. Se trata de un monumento extraordinario, entre los más importantes de la arquitectura románica de Cerdeña, caracterizado por su esencialidad e imponencia. Te sorprenderá el contraste entre el negro de la piedra basáltica y el dorado del retablo del altar, del siglo XVI.