Un pequeño puerto, casas coloreadas y restaurantes que emanan aromas que abren el apetito: es el alma marina de Sant’Antioco. La famosa ciudad del archipiélago del Sulcis, con una población de once mil habitantes que aumenta considerablemente durante el verano, es el centro principal de la mayor isla de Cerdeña, a la cual está conectada por un istmo artificial, construido quizás por los cartagineses y perfeccionado por los romanos. Su economía se basa en la pesca, la explotación de la sal y la agricultura mientras que en el sector manufacturero, destacan la tejedura, la elaboración del biso, una fibra natural obtenida de los filamentos que segregan ciertos moluscos como la nacra, y la fabricación de barcas de madera.
Para conocer cómo vivían y trabajaban los campesinos, nada mejor que una vista al museo etnográfico su Magasinu de su binu, donde también se ilustra cómo se trabaja el biso y otros materiales. El Museo del Mar (MuMa), dedicado especialmente a los carpinteros de ribera, presenta la historia y las tradiciones marineras de la isla, incluida la navegación a vela latina. Originalmente, la ciudad se llamó Sulky y fue fundada por los fenicios y, luego, conquistada por los cartagineses. De ese periodo, quedan el tofet y la necrópolis que se extiende por toda la colina de la basílica y sobre el cual se construyó la necrópolis romana y, luego, un cementerio de catacumbas, único en Cerdeña. Sulci alcanzó su máximo esplendor en época romana: con Karalis, la actual Cagliari, era el municipium más próspero de la isla. Paseando por el centro podrás admirar el mausoleo sa Presonedda, donde se fusionan la cultura cartaginesa y la romana. La isla fue habitada desde el tercer milenio a. C.: verás sitios prenuragas, como las domus de Janas de is Pruinis y los menhires de sa Mongia e su Para, y los restos de una treintena de nuragas, entre los cuales los imponentes s’Ega de Marteddu, Corongiu Murvonis y Antiogu Diana. Al lado, surgen fuentes sagradas y tumbas de gigantes, entre las cuales destacan su Niu ‘e su Crobu. Extraordinario es el complejo de Grutt’i acqua, formado por nuragas polilobulados, pozo sagrado, poblado con obras hidráulicas, muralla, círculos megalíticos y cuevas para recoger el agua. El poblado llega hasta Portu Sciusciau, atraque quizás existente ya en la época nurágica. Si deseas conocer más y ver los objetos hallados en estos sitios, especialmente objetos de bronce, nada mejor que una visita al Museo Arqueológico F. Barreca.
El nombre de la isla y de la ciudad deriva del patrono de Cerdeña al cual está dedicada la basílica de San Antíoco, citada por primera vez en 1089, aunque Sulci fue sede episcopal desde 484 hasta el s. XIII. Originalmente era un edificio bizantino cruciforme; hoy se presenta con tres naves y tres ábsides. Al santo se le rinde homenaje quince días después de Semana Santa con la más antigua fiesta religiosa sarda, que se celebra idéntica desde 1615. La isla, que entre los siglos XVI y XVII estaba deshabitada, era invadida por miles de fieles que recordaban al mártir. Actualmente, el sábado anterior a sa Festa manna se celebra el desfile de is coccois (pan ceremonial), mientras que el primero de agosto se celebra otra fiesta en honor del santo con un desfile de trajes tradicionales.
Las costas presentan unos fondos ideales para las inmersiones. Portixeddu es la playa más cercana a la ciudad, rodeada por rocas claras y el verde de rarísimas sabinas negrales, palmitos centenarios y otras plantas mediterráneas. Es de cantos rodados, como la más grande Turri. En cambio, Maladroxa es una larga playa de fina arena de color gris: de sus fondos emergen aguas termales, que ya los romanos aprovechaban. Tras superar el promontorio de Serra de is tres Portus y la laguna de Santa Caterina, donde nidifican las cigüeñuelas comunes y los flamencos, llegarás a la amplia y sinuosa playa de Coqquaddus. En el arrecife de is Praneddas (o arco ‘de los Besos’) estarás en una terraza a 200 metros sobre el nivel del mar. A largo de los escollos planos y blanqueados por la sal de cala Sapone, ya los fenicios pescaban atunes. Hoy, es posible observar las ruinas de la almadraba del s. XIX. Cerca, hay otras sugestivas bahías: las calas de la Grotta y de la Signora. Cabo de Sperone es la punta extrema en el sur: mar azul cambiante y grandes extensiones de peonías rosas. A lo lejos, los islotes de la Vacca y del Toro, áreas protegidas donde vuela el halcón de Eleonora, escenario de la batalla naval entre las flotas romana y sardo-cartaginesa.