«Al final de una larga subida, llegamos a una estación tras una extensión de soledad. En todo momento parece que más adelante no hay nada, cero civilización. Y cada vez llegamos a una estación». Es la descripción poética, a bordo de la locomotora que hoy es el Trenecito Verde, de Sea and Sardinia, obra dedicada por David Herbert Lawrence a su viaje a Cerdeña en 1921. Un siglo después, siguiendo su estela, viajeros de todo el mundo son atraídos por una línea ferroviaria única en su género, derivada de las ‘viejas complementarias’, proyectadas y construidas entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Una excelencia italiana, una experiencia única en Europa: cuatro tramos que suman un total de 163 kilómetros. Las líneas, nunca abandonadas, conservadas y protegidas, conectan costa e interior atravesando puentes y túneles y se complementan con excursiones a los lagos en barco, a pie, en bicicleta y a caballo.
A paso lento, la locomotora se desliza suavemente por los carriles, a través de la naturaleza frondosa de los bosques, ‘murmulla’ entre pasillos de rocas, olivos y lentiscos, se encarama con dificultad en las cumbres. El sol ilumina la carrocería de madera y hace brillar los acabados dorados de las ventanillas, decoradas con cortinas de damasco. Son vagones de principios del siglo XX, salones sobre carriles que se mueven como elegantes señores distinguidos. También dentro, el lujo es de antaño: sillones de terciopelo rojo ocupan un pasillo iluminado por plafones de luz amarilla. Desde Mandas, un pueblo medieval de la Trexenta de glorioso pasado, hoy importante centro cultural, la línea actualmente cruza el Sarcidano, pasando por el altiplano de Serri, lugar famoso por el santuario nurágico de santa Victoria, las orillas del lago San Sebastián y las colinas de Isili, el ‘pueblo del cobre’. Tras haber bordeado los campos frondosos de Nurallao, sube a Laconi, actualmente la terminal, un pueblo famoso por san Ignacio, por el castillo y el jardín de los marqueses Aymerich y por los menhires, expuestos en el Menhir Museum. El recorrido oriental sale del puerto de Arbatax. Durante el trayecto te detendrás en las estaciones de Tortolì y Elini, atravesando paisajes encantadores. El final de la línea se encuentra en Lanusei.
Paisajes de granito modelados por el viento y una extensión infinita de olivares, alcornoques y viñedos de vermentino. Es la Gallera íntima y profunda que recorre el tren. Sale de Tempio, en las laderas del Limbara, una entrañable localidad rica en manantiales y sede del Carnaval alegórico más famoso de la Isla. El espectáculo de la naturaleza cambia de color continuamente a lo largo del tramo. La locomotora se detiene en pueblos que miran al lago de Liscia, surcado por barquitos turísticos. A pocos metros de la orilla se encuentran las vías con el tren que cruza el valle de Calangianus, capital del corcho, luego Luras, pueblo de los dólmenes prehistóricos y de olivares milenarios, entre ellos el ‘patriarca’ de Europa. Desde la estación de Sant’Antonio di Gallura, divisarás los geométricos campos de Arzachena: los viñedos se adueñan del panorama. La línea noroccidental sale actualmente de la estación de Sindia, una aldea próspera en la Edad Media construida en torno a un monasterio benedictino. Después de cruzar la Planargia, se llega a Bosa Marina, distrito costero de uno de los pueblos sardos más sugerentes, Bosa: sus casas multicolor se encaraman en una colina dominada por el castillo de Serravalle, reflejándose en el río Temo. En el trayecto pasarás por Tinnura, Tresnuraghes y Modolo, famosos por el vino malvasía, cestas de asfódelos y tejidos preciosos.